domingo, 11 de julio de 2010

Gracias a la tecnologìa

Gracias a la tecnología


Era viernes; viernes peronista, 17 de octubre.
Él se levantó como todos los días, creyendo que era un día más en su vida, que le dio muy buenas y algunas malas.
Fue a trabajar y luego a celebrar una salida con sus compañeros de laburo; pero volvió temprano, es que después de los 30 la mayoría de los mortales tienen responsabilidades familiares que cumplir.
Sin que lo supiera habría algo distinto, Dios quiso hacer que ese viernes fuera especial.
Estaba aburrido, quizás algo triste y melancólico, se le notaba en la mirada que nadie miraba, se sentó y encendió la compu como tantas otras veces para pasar el rato, para olvidar por un poco su soledad o mejor aún, para compartir su soledad con otras soledades anónimas.
Así comenzó a navegar por ese mar infinito, hasta que la encontró, una luz brillante, un faro iluminando en noche sin luna.
Era ella navegando en la misma inmensidad; la charla fue sucediendo hasta olvidar que eran soledades anónimas.
Dios no sólo hizo especial ese viernes sino también ese sábado, es que la madrugada los sorprendió ya no sólo charlando, estaban compartiendo parte de sus vidas; pero todavía nada hacía sospechar que sus vidas cambiarían.
Ella, audaz, le preguntó sobre su fin de semana; él lento, quizás por el cansancio ya que sus ojos formaban casi a esa altura parte del teclado, respondió que por la tarde tenía que lavar el auto y luego tenía un asado familiar.
Ella no contestó, hubo silencio en el teclado.
Él reaccionó, entendió ese silencio, comprendió que esa pregunta llevaba intencionalidad y lo más rápidamente posible contestó que los planes podían cambiar.
Quedaron en encontrarse esa misma tarde a las 17 hs en placita Serrano.
Ella corría con ventaja ya que él le había mandado una foto junto a su sobrina (mostraba su alma paternal), él sólo confiaba en que ella llegaría al lugar establecido.
Se vieron y se reconocieron al instante, él sonrió y se saludaron por primera vez, continuaron su charla en el bar teniendo como testigo de ese maravilloso encuentro la tarde soleada de ese sábado de primavera.
Dios no sólo hizo especial ese viernes y ese sábado sino también todos los días siguientes.
Los encuentros se sucedieron y lo más espectacular de todo es que ya no son dos soledades.

Luis M Valero (H)

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